viernes, 30 de octubre de 2015

“No me importa morir en el exilio”



1960. Barrio residencial Puerta de Hierro, Madrid. El ex presidente, Juan Domingo Perón, me recibe con calidez en una habitación que usa de oficina y en donde redacta sus escritos; que, al menos en Argentina, serán clandestinos como esta entrevista.
 

¿A qué le atribuye usted el impacto de su figura en la realidad política de Argentina?
Los trabajadores vieron en mí la representación real.  Velé por sus intereses por sobre las voluntades caprichosas, aunque no ingenuas, de la patronal. Más que los trabajadores, me refiero al “verdadero pueblo”, categoría que le atribuyo a todos aquellos humildes, los relegados, los sometidos ante las clases superiores oligarcas que encuentran su raíz desde la consolidación misma del Estado nacional.
¿Cómo estaría usted posicionado a nivel ideológico? ¿Se considera de izquierda o de derecha?
En Argentina sería irrisorio hablar de una izquierda o una derecha, dicotomía que si se da en las naciones europeas. Para el peronismo, el trabajador es la clase de hombre que constituye y hace progresar a la nación. Fíjese usted, antes de que yo asumiera mi primer gobierno, allá por el 45, tanto los comunistas como los socialistas; ellos que predicaban su compromiso con los sectores trabajadores más humildes, fueron precisamente los que se aliaron con las clases altas en contra mío, para que yo no pudiera llegar a representarlos y seguir conquistando derechos nacidos de las necesidades más genuinas. Los comunistas, como así también los imperialistas, representaron desde siempre en nuestra realidad nacional una amenaza por derribar vilmente con sus acciones lo que proclamaban con sus palabras. Para mí sólo eran posibles dos lados de la historia: los que están a favor del pueblo, y los que no están a favor del pueblo.
No me malinterprete, el movimiento obrero, y luego el peronismo, fue partido se constituyó por personas también provenientes del socialismo, comunismo y anarquismo; quizá esa experiencia los hizo madurar y darse cuenta de que la única forma posible de defender sus derechos era a través del peronismo, porque los libros sirven mucho en el quehacer intelectual, pero hay teorías que no tienen aplicación práctica y sólo se entienden después de estar desposeídos de camisas.
Desde sus inicios en la alta política su figura fue atacada ¿Por qué cree usted que se constituyó la Unión Democrática?
Y mire… si la oligarquía nos atacó, por algo habrá sido.
La “unión democrática” y sus intentos de entorpecer las elecciones presidenciales de 1946 tuvieron su razón de ser en las dos líneas históricas propias de nuestra nación desde su conformación: la primera línea hispánica y la segunda anglosajona. No es casualidad que dos semanas antes de dichas elecciones el ex embajador estadounidense Braden publicara  el famoso libro azul con acusaciones disparatadas, entre otras, catalogándome como agente nazi en Sudamérica. En fin, la, UD representaba claramente los intereses de la patronal, Estados Unidos  y la fórmula vencedora de la Segunda Guerra Mundial (respecto a la cual sostuve, tajantemente, una Tercera posición).Retomo lo que le dije anteriormente con otras palabras, sólo se puede pensar a la división nacional en términos de justicia o injusticia social.
Dos años antes de su derrocamiento, período de enorme inflación y congelamiento de sueldos, una de sus reacciones más coléricas fue dirigida a los delegados gremiales que no se subordinaban a sus sindicatos ¿Considera usted que se excedió?
El orden, estimado, no es una mala palabra. Funciona en todas las estructuras de la vida. Desde nuestra infancia, en el núcleo familiar, pasando por la educación, el trabajo, y la organización misma de una país. Y es posible, claro está, que ese orden sea cuestionado, a veces con razones justas y otras por mala memoria o un espíritu de rebeldía propio de la inexperiencia. Agitadores hay en todos lados. Lo que sucedió en el ’53 lo atribuyo a esas dos razones –mentiría si le dijera que no me encolericé en ese momento- mirándolo a prudente distancia se trató de una prueba para ver qué tan lejos podían llegar para desafiar mis órdenes y alimentar el espíritu de los que venían planeando mi destitución.
¿Qué les diría a sus detractores que afirman que el movimiento obrero se vio parcialmente abandonado en los últimos años de su gobierno inconcluso?
Reconozco que hubo aciertos y desaciertos. El concepto de justicia social de los sectores menos privilegiados se vio eclipsado por el objetivo superior de la grandeza de la Nación, al que aspiré desde mi humilde posición de joven soldado, mantuve durante mis dos mandatos  y proclamo, aún desde el exilio con el anhelo del retorno. Mi neutralidad fue más que una decisión personal, un intento pacificador.
¿Cuál cree usted que fue la razón central de su derrocamiento?
Aunque se habla de crisis económica, yo le atribuiría el derrocamiento más a una profunda reacción antiperonista cuando vieron sus normas culturales y jerarquías sociales vulneradas que por la situación económica. Los “decentes”  no podían tolerar las medidas de industria proteccionistas ante el avance norteamericano.  Por los decentes me refiero a las clases dominantes, que unieron todas sus fuerzas con un objetivo central: mi derrocamiento ¿Ve la diferencia? Mi objetivo central fue el de la grandeza de la Nación, el de ellos, la caída de una figura que tenía en cuenta a los olvidados, los desposeídos, los invisibles.
Y hablo también del poder eclesiástico, con el que mantuve buenas relaciones que más adelante se vieron entorpecidas por medidas que adopté, como plantear la secularización, promover la Ley de divorcio y establecer el voto femenino. La actitud  de Lonardi fue egoísta y sorpresiva, desde los bombardeos de junio del ’55 hasta septiembre, aun cuando alenté a la quietud obrera. Y, sinceramente, me sentí decepcionado por el abandono  de los oficiales y el Ejército.
¿Piensa en retornar a Argentina? ¿Se siente identificado con otras figuras de la historia que terminaron en el exilio?
Estoy viviendo la experiencia en cuero propio y es un honor sentirme comparado con figuras tales como San Martín o Rosas. No me importa morir en el exilio. Confío en que Dios me dará las herramientas necesarias para volver, pero aún si no lo hiciera corporalmente, mi nombre marcará un movimiento eterno, mucho más grande que mi persona.


No hay comentarios:

Publicar un comentario