1960. Barrio
residencial Puerta de Hierro, Madrid. El ex presidente, Juan Domingo Perón, me
recibe con calidez en una habitación que usa de oficina y en donde redacta sus
escritos; que, al menos en Argentina, serán clandestinos como esta entrevista.
¿A qué le
atribuye usted el impacto de su figura en la realidad política de Argentina?
Los trabajadores vieron en mí la representación
real. Velé por sus intereses por sobre
las voluntades caprichosas, aunque no ingenuas, de la patronal. Más que los
trabajadores, me refiero al “verdadero pueblo”, categoría que le atribuyo a
todos aquellos humildes, los relegados, los sometidos ante las clases
superiores oligarcas que encuentran su raíz desde la consolidación misma del
Estado nacional.
¿Cómo
estaría usted posicionado a nivel ideológico? ¿Se considera de izquierda o de
derecha?
En Argentina sería irrisorio hablar de una izquierda o
una derecha, dicotomía que si se da en las naciones europeas. Para el
peronismo, el trabajador es la clase de hombre que constituye y hace progresar
a la nación. Fíjese usted, antes de que yo asumiera mi primer gobierno, allá
por el 45, tanto los comunistas como los socialistas; ellos que predicaban su
compromiso con los sectores trabajadores más humildes, fueron precisamente los
que se aliaron con las clases altas en contra mío, para que yo no pudiera
llegar a representarlos y seguir conquistando derechos nacidos de las
necesidades más genuinas. Los comunistas, como así también los imperialistas,
representaron desde siempre en nuestra realidad nacional una amenaza por
derribar vilmente con sus acciones lo que proclamaban con sus palabras. Para mí
sólo eran posibles dos lados de la historia: los que están a favor del pueblo,
y los que no están a favor del pueblo.
No me malinterprete, el movimiento obrero, y luego el
peronismo, fue partido se constituyó por personas también provenientes del socialismo,
comunismo y anarquismo; quizá esa experiencia los hizo madurar y darse cuenta
de que la única forma posible de defender sus derechos era a través del
peronismo, porque los libros sirven mucho en el quehacer intelectual, pero hay
teorías que no tienen aplicación práctica y sólo se entienden después de estar
desposeídos de camisas.
Desde sus
inicios en la alta política su figura fue atacada ¿Por qué cree usted que se
constituyó la Unión Democrática?
Y mire… si la oligarquía nos atacó, por algo habrá
sido.
La “unión democrática” y sus intentos de entorpecer
las elecciones presidenciales de 1946 tuvieron su razón de ser en las dos
líneas históricas propias de nuestra nación desde su conformación: la primera
línea hispánica y la segunda anglosajona. No es casualidad que dos semanas
antes de dichas elecciones el ex embajador estadounidense Braden publicara el famoso libro azul con acusaciones
disparatadas, entre otras, catalogándome como agente nazi en Sudamérica. En
fin, la, UD representaba claramente los intereses de la patronal, Estados
Unidos y la fórmula vencedora de la Segunda Guerra Mundial (respecto a la cual sostuve,
tajantemente, una Tercera posición).Retomo lo que le dije anteriormente con
otras palabras, sólo se puede pensar a la división nacional en términos de
justicia o injusticia social.
Dos años
antes de su derrocamiento, período de enorme inflación y congelamiento de
sueldos, una de sus reacciones más coléricas fue dirigida a los delegados
gremiales que no se subordinaban a sus sindicatos ¿Considera usted que se
excedió?
El orden, estimado, no es una mala palabra. Funciona
en todas las estructuras de la vida. Desde nuestra infancia, en el núcleo
familiar, pasando por la educación, el trabajo, y la organización misma de una
país. Y es posible, claro está, que ese orden sea cuestionado, a veces con
razones justas y otras por mala memoria o un espíritu de rebeldía propio de la
inexperiencia. Agitadores hay en todos lados. Lo que sucedió en el ’53 lo
atribuyo a esas dos razones –mentiría si le dijera que no me encolericé en ese
momento- mirándolo a prudente distancia se trató de una prueba para ver qué tan
lejos podían llegar para desafiar mis órdenes y alimentar el espíritu de los
que venían planeando mi destitución.
¿Qué les
diría a sus detractores que afirman que el movimiento obrero se vio
parcialmente abandonado en los últimos años de su gobierno inconcluso?
Reconozco que hubo aciertos y desaciertos. El concepto
de justicia social de los sectores menos privilegiados se vio eclipsado por el
objetivo superior de la grandeza de la Nación, al que aspiré desde mi humilde
posición de joven soldado, mantuve durante mis dos mandatos y proclamo, aún desde el exilio con el anhelo
del retorno. Mi neutralidad fue más que una decisión personal, un intento
pacificador.
¿Cuál cree
usted que fue la razón central de su derrocamiento?
Aunque se habla de crisis económica, yo le atribuiría
el derrocamiento más a una profunda reacción antiperonista cuando vieron sus
normas culturales y jerarquías sociales vulneradas que por la situación
económica. Los “decentes” no podían tolerar
las medidas de industria proteccionistas ante el avance norteamericano. Por los decentes me refiero a las clases
dominantes, que unieron todas sus fuerzas con un objetivo central: mi
derrocamiento ¿Ve la diferencia? Mi objetivo central fue el de la grandeza de
la Nación, el de ellos, la caída de una figura que tenía en cuenta a los
olvidados, los desposeídos, los invisibles.
Y hablo también del poder eclesiástico, con el que
mantuve buenas relaciones que más adelante se vieron entorpecidas por medidas
que adopté, como plantear la secularización, promover la Ley de divorcio y
establecer el voto femenino. La actitud
de Lonardi fue egoísta y sorpresiva, desde los bombardeos de junio del
’55 hasta septiembre, aun cuando alenté a la quietud obrera. Y, sinceramente,
me sentí decepcionado por el abandono de
los oficiales y el Ejército.
¿Piensa en
retornar a Argentina? ¿Se siente identificado con otras figuras de la historia
que terminaron en el exilio?
Estoy viviendo la experiencia en cuero propio y es un
honor sentirme comparado con figuras tales como San Martín o Rosas. No me
importa morir en el exilio. Confío en que Dios me dará las herramientas
necesarias para volver, pero aún si no lo hiciera corporalmente, mi nombre
marcará un movimiento eterno, mucho más grande que mi persona.
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